jueves, 17 de octubre de 2013

El criminal perfecto


Escrito por Victor Martínez Ceniceros

Hay diversas maneras de incitar para el cometimiento de un asesinato; alguien con mucho poder forajido, puede conminar a uno de sus subordinados, con toda la frialdad disponible en un solo vocablo: Mátalo. Y la orden debe de cumplirse porque, de no ser así, seguramente habría dos muertos. Aunque existen crímenes que nadie, ni siquiera quien lo cometió, entiende de dónde vino la orden o la recomendación.

Supongo, tan solo es una suposición, que una persona la cual trabaja para uno de esos tantos oscuros personajes del bajo mundo, comprende muy bien el contrato no escrito, signado cuando aceptó realizar un acto delincuencial ‘sencillo’ (hablando que la sencillez o complejidad, están directamente relacionadas con el castigo corporal que contempla la ley; digamos que no es lo mismo un robo simple, que un homicidio), por el cual, al finalizarlo, recibió un pago.

Pero, según podemos observar, por más poderoso y oscuro que sea el personaje y sus compinches, al final de cuentas, todos los muertos salen de sus tumbas formales o improvisadas, para exigir castigo corporal terrestre, y así tenemos, que si el poder es efímero, la zozobra es eterna. Ese otro contrato de palabra, en este caso entre el poderoso y la autoridad, que está lleno de debilidades que facilitan el rompimiento del hilo, otrora resistente y a prueba de traiciones.

Pero esos son casos extremos y alejados de cualquier realidad cotidiana (claro, no niego su existencia, solo digo que proporcionalmente quedan sepultados ante el alud de homicidios ordinarios). Hay asuntos más simples, por ejemplo, dos personajes viven en condiciones precarias, son trabajadores en una fábrica que maquila instrumental médico, laboran desde las seis de la mañana hasta las siete de la tarde, su residencia queda, a tres camiones del servicio público, de distancia.

De ser compañeros laborales, consiguen establecer una relación cordial siempre bajo el influjo de bebidas alcohólicas y sustancias sicotrópicas, que aligeran la carga de una vida insípida y sinsentido; al principio son unas cuántas horas las que comparten bajo la cálida luz roja de un ‘café cantante’, al son de música norteña y chicas (no tan chicas) ansiosas de bailar y de recolectar dinero.

Pero la adicción tiene una característica bastante cruel: Nunca es suficiente. El problema es que la adquisición legal de dinero si tiene un tope, así que en esas circunstancias solo quedaban dos opciones, a) Cometer un acto ilegal, digamos robar para poder incrementar las dosis de divertimiento, o b) Aligerar la calidad, y por lo tanto, el costo de los productos consumidos.

La segunda de las opciones, es aquella que transmite a quien solo ve la escena desde fuera, digamos un parroquiano primerizo, que esas vidas están destruidas, y claro, algo tiene de razón. Total, el desenlace de esta tragicomedia llega en un momento de hartazgo, cuando las luces rojas fueron cambiadas por el neón de los anuncios y el de las lámparas de iluminación callejeras; ya no beben en un bar, ahora lo hacen bajo alguno de los modernos pasos a desnivel, el ritmo ya no es musical, sino ese cíclico sonido de las ruedas de los vehículos cuando atraviesan el seguro metálico que mantiene adheridas las piezas de la construcción del puente. Cualquier tontería es suficiente motivo para desencadenar la ira en una de las partes, ‘se me antoja tu esposa’, -¿lo hiciste con mi esposa?

Luego de cometido el crimen, viene el arrepentimiento, y luego, la idea de huir, pero, ¿a dónde?, y por cuánto tiempo. De repente el coctel de la evasión, vuelve a hacer su trabajo, y el homicida impulsivo queda dormido; un tiempo después, impreciso, lo despiertan unas patadas en las costillas (leves) y el ulular de las sirenas, se talla los ojos, intenta abrirlos bien, pero solo alcanza a percibir luces rojas y azules, y es inevitable pensar de nuevo en un bar, pero en el fondo sabe que no es así.

Todos esos crímenes tienen el mismo desenlace, sin importar si fueron cometidos por ricos, pobres, poderosos o limitados, todos son iguales; bueno, no todos…

Digamos que uno siente encono por alguien en particular, puede ser un individuo o un grupo de ellos, originarios todos de la misma zona, fuereños, que llegaron huyéndole a la pobreza, a romper con la armonía de su nueva comunidad que les abrió las puertas, los brazos, les dió de comer, dinero, hogar, y a la que ahora, malpagan golpeándola donde más duele: en la tranquilidad.

O aquellos otros, que llegaron en tropel, huyendo de su país de cultura milenaria y que se niegan a aceptar y adaptarse a su nuevo hogar, a pesar de que aquí, se convirtieron en millonarios, algo que era impensable en sus pueblitos.

Ahora digamos, que uno no está solo en esa percepción, porque existen miles que, no solo sienten ojeriza, sino que estarían dispuestos a llegar más allá, si alguien se los pide, el problema es que nadie, en pleno uso de su conciencia, está dispuesto a mancharse las manos, ni a inmolarse, ni tampoco a pagar el precio; sin embargo yo digo que es solo cuestión de ingenio.

Lo primero a hacer es encontrar el target, y ese, por supuesto, ya lo hemos definido; el segundo paso es comprender la naturaleza humana, lo demás llega por añadidura.

La ‘inocente e inofensiva’ letra de una canción, la melodía pegajosa, armada a base de guitarra, percusiones y teclado sintetizador, es un buen comienzo. Pero, ¿cómo lograr que alguien la grabe y luego se difunda?, eso es lo de menos; de repente alguien comparte, dentro de la subestimada comunidad de usuarios de internet, una pieza que le resulta atractiva, y luego algún otro se la adueña, porque le ve potencial artístico y económico.

Y de pronto la cumbia tiene éxito en la comunidad de cibernautas, quienes escuchan en aquella música, elementos divertidos, ajenos a las condiciones tradicionales de ese género. Hubo alguien, que incluso, comentó en uno de esos tantos foros sociales virtuales, ‘interesante propuesta; vale la pena escucharla, es una cumbia muy de nosotros’.

Pero el asunto agarró sabor, cuando algún individuo relacionó el título y la letra de la canción, con alguno de los acontecimientos violentos, que afectaban en esos momentos, a la comunidad; digamos que armó un videoclip en donde quedaba de manifiesto que los responsables de todos los malestares eran ‘esos fuereños’, y luego, por si a alguien le quedara alguna duda, el mensaje final era elocuente: ‘cada vez que eliminemos uno, las cosas en la ciudad estarán mejor’.

Simultáneo con la difusión limitada del videoclip (prendió rápido, y recorrió el mundo, entre todos los nativos), dió inicio la transmisión por una estación de radio; fue curioso porque los programadores y el personal de los medios electrónicos, no se dieron el tiempo de revisar el fondo oculto, pernicioso y xenófobo que portaba la melodía, así que, sin querer, fortalecieron el proyecto genocida. La susodicha canción, decía más o menos así:

‘Aléjate de mí’ Nombres alternativos, con los que se le conoció popularmente: ‘Carmela la fuereña’, ‘La fuereña’ o ‘La Carmela’

Nunca te busqué Carmela,
y de repente te vi aquí;
sin mucho frenesí
fuimos alma gemela

Solo vivía sereno
aunque tú por dentro no;
tu vida habías arreglado
y con mi lana, alimentado


Por eso duele tu oprobio;
tal vez no fue amor real,
pero respeto hubo, fue obvio
no entiendo seas desleal

No puedo controlarlo te odio,
eres un enfado
aléjate de mi lado,
tu cuerpo vo’a sepultarlo

Tuviste de mí lo mejor,
¿qué tuve de tu parte?
dolor, mucho dolor,
ojalá pierdas tus padres

O pariente bien valioso
pa’ que puedas comprender
que un oprobio sin merecer
es mucho muy afrentoso

No puedo yo controlarlo te odio,
eres un enfado
aléjate de mi lado,
tu cuerpo vo’a sepultarlo


Para cuando un reportero de un diario de prestigio internacional (alertado por un periodista local, ‘investiga tú, porque a mí, nunca me van a hacer caso’) comenzó la investigación del fenómeno sociológico, las cosas llegaron demasiado lejos. La autoridad judicial, por despistada, o por querer hacerse de la vista gorda, no había detectado alguna relación entre los cuerpos encontrados en diversas zonas de la ciudad.

No había algún patrón operacional distinto al de las muertes tradicionales, achacadas a los criminales organizados. Pero la clave para entender el origen del fenómeno, estaba ubicado en el espacio cibernético, en los sitios diseñados para la convivencia social.

Fue debido a la publicación de la primera nota periodística en prestigiado diario: ‘La autoridad local no reconoce que las muertes, ocurridas a residentes recién llegados de la misma entidad, podrían deberse a una novedosa variante de un asesino en serie’, que los investigadores recibieron instrucción desde la capital del país, ‘para no escatimar en recursos que lleven a la captura del responsable, y acabar de esa forma, con este capítulo vergonzoso en la historia nacional’, reprodujeron los diarios locales.

En el ‘cuarto de guerra’ de la corporación policiaca investigadora, la siempre ineficaz, aunque con frecuencia utilizada, técnica de ‘lluvia de ideas’, trajo en esta ocasión una pista interesante, ‘en la calle, la gente dice que ‘La fuereña’, es una especie de canción subliminal, que forma parte de una campaña de pureza racial’.

Veinticuatro muertes en un mes, todas las victimas del mismo poblado, de una entidad vecina, con fama de conflictiva, era suficiente para poner a pensar hasta el más babieca, que algo raro estaba sucediendo; ¿que no había una constante en las muertes (algún tipo de corte especifico, golpes en un mismo lado, todos asesinados con el mismo tipo de arma, solo mujeres)?, no importaba, había que averiguar quién estaba detrás de todo eso, si era uno solo el operador, si se trataba de una organización.

Un conocedor de la ciencia del lenguaje (y amante de la poesía y la buena música, en sus tiempos libres), analizó acuciosamente la letra de la canción, a solicitud de la policía. Concluyó que los recursos discursivos del autor eran limitados (acabó con la duda de que la autoría podría atribuirse a un grupo), ‘aunque no estoy muy seguro, si esas rimas sosas, sean deliberadas, pensando en el público destinatario, o producto de su escasa cultura literaria. Recomiendo que un sicólogo trabaje sobre ese aspecto, para definir el perfil’.

También, el mismo lingüista, en colaboración con un experto en la invasión de programas computacionales, estableció, tras la lectura de algunos mensajes distribuidos entre la red, la vinculación entre la pieza musical y las muertes ocurridas, ‘….. la manifestación de júbilo, no solo por la muerte de estas personas, sino por el hecho de haber cometido los crímenes, entre diversas personas que sí reúnen un mismo perfil, permiten concluir, la existencia de elementos para el inicio de una investigación. Todo indica que los homicidios fueron cometidos por varios individuos, sin relación de amistad o parentesco entre ellas, fácilmente influenciables, aunque unidas por algunas condiciones, como el hecho de estar desempleados o subempleados, insatisfechos con su trabajo, o haber sido víctimas de algún delito en fechas recientes’.

El sicólogo recomendado poco pudo hacer, porque la policía, desesperada por la presión social, inicio la captura de los asesinos materiales; del asesino intelectual, no quisieron saber más.

Nota

Una vez que decidí no perjudicar más a la comunidad (digamos que resulté triunfador, porque nunca me encontraron, y luego, porque el índice de los fuereños en cuestión, se redujo al mínimo, y los que permanecen, siempre andan con miedo), la sensación persecutoria continuó, y la presión de los observadores internacionales, que se habían unido a la causa, gracias a la información de los medios, generaba que todo el mundo viera riesgo potencial, hasta en los sitios menos esperados, aunque las canciones siempre fueron el foco de atención; cuando surgía una novedad, siempre estaba la duda. De eso podría platicarles el autor de la siguiente letra, un trovador urbano que deseaba alcanzar la fama con una sola producción, y que fue perseguido por policías y puritanos, hasta que lo desterraron:

'4 Porciones de lo que guste (es mi gusto)'

Cuando el hambre es atroz
y el dinero limitado,
una porción de arroz
es el mejor bocado.

Aquí no venden caviar,
ni comida sofisticada,
pero hay un manjar genial:
unas carnitas coloradas.

Pa' balancear el refín
y hacerlo muy 'uy uy uy',
compa, péguele machín
a un chingazo de chop suey.

Y si la doctora te deja
(porque tú eres bien tragón),
la comida está más completa
con pollo estilo mongol.

Pero ojo con los chinos,
los que venden la comida,
porque en caso de descuido
te cobran lo que respiras.

4 porciones es mi gusto,
4 porciones y un buen rato,
aunque a veces como con susto
pensando en que pruebo gato...


El humano ordinario es torpe y predecible, y no alcanza a comprender de dónde vendrá el siguiente golpe, ni contra quien será dirigido, ni cuál será su presentación. Los demás no saben, yo si…